Allen Stanford, el estafador que arruinó una isla
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La única forma de estafar 7.000 millones de dólares, ser detenido y condenado, y pasar desapercibido, es que el caso coincida en el tiempo con uno aún mayor. Por suerte...
show moreAunque hay ciertos paralelismos entre ambos casos, e incluso llegaron a apodar a Stanford como 'el pequeño Madoff', ya que compartieron el esquema Ponzi o estafa piramidal, pero hay importantes diferencias entre ambos, sobre todo en lo relativo a las víctimas de los engaños.
Allen Stanford nació en 1950 en Mexia, un pequeño pueblo de Texas, en el que su padre llegó a ser alcalde y concejal durante décadas. Se graduó en Finanzas en la Universidad de Baylor, con notas destacadas. Fue en la propia Waco donde inició su carrera como empresario, al abrir un gimnasio, aunque fue un auténtico fracaso.
Es en los 80 cuando sienta las bases de su fortuna. Gestiona junto con su padre Stanford Finance, una empresa de seguros fundada por su abuelo en 1932. Sin embargo, su actividad ya no tenía nada que ver con la original, ya que se dedicaba a la especulación inmobiliaria. Cuando a principios de la década estalla la burbuja del petróleo de Texas, la ciudad de Houston entra en crisis, y los precios de los pisos y las casas se hunden. Y los Stanford se ponen a comprar viviendas. Y cuando a los pocos años el mercado inmobiliario se recupera las venden, logrando importantísimos beneficios.
En 1993 su padre se jubila, y Allen toma el control de la compañía, que ya contaba con más de 500 empleados. Para entonces ya estaba viviendo en el Caribe. Primero se instaló en Montserrat, donde fundó el Guardian International Bank, con la riqueza lograda en el mercado inmobiliario. Después se traslada a Antigua, y rebautiza el banco como Stanford International Bank, ya como filial de Stanford Finance.
Los negocios funcionan. Desde su privilegiada ubicación caribeña, captaba clientes de todo el mundo. Como resultado, en pocos años se convirtió en una de las personas más ricas del mundo, como reconocía la lista Forbes, que le atribuía una fortuna de más de 2.000 millones de dólares.
Además, era aficionado a la ostentación. Tenía casas impresionantes en Antigua, St. Croix o Texas, y hasta un castillo en Florida. Le gustaba rodearse de celebridades de todo pelaje. Logró importante fama como patrocinador de eventos deportivos, destacando sobre todo su apuesta por el cricket, donde se convirtió en una de las figuras más relevantes.
En Antigua llegó a ser una de las personas más importantes y respetadas. Financiaba a los partidos políticos locales, con prácticas que rozaban, si no cruzaban, los límites de la corrupción, y llegaron a nombrarle caballero. Las autoridades se pegaban por salir con él en las fotos.
Pero de repente, el castillo empieza a desmoronarse, precisamente con la caída de Madoff. El imperio de Stanford nunca había estado libre de sospechas, pero es cuando cae el más famoso de los estafadores del siglo cuando de repente las autoridades empiezan a vigilar más de cerca. Primero, preguntando si sus cuentas se habían visto afectadas por la caída de Madoff. Y después, empezando a estudiarlas más de cerca.
En febrero de 2009, se descubre que la SEC, el FBI, la Oficina de Regulación Financiera de Florida y la Autoridad Reguladora de la Industria Financiera están investigando Stanford Financial Group. Le acusan de estar ofreciendo a sus inversores rendimientos que estaban muy por encima del mercado. Un antiguo ejecutivo de la compañía confiesa que Stanford se había inventado con gran detalle todo un historial de rentabilidades, con los que lograba impresionar a los inversores. Las autoridades calificaron las promesas de rendimiento de inverosímiles.
Estos creían que su dinero estaba depositado en activos líquidos, estudiados por más de 20 analistas de solvencia, y supervisados por las autoridades de Antigua. La realidad es que todo el dinero estaba en activos ilíquidos, que más del 90% no estaba bajo ninguna supervisión, y que en realidad era el propio Allen Stanford y su director financiero, James Davis, los únicos que decidían sobre el destino del dinero.
En una escena de película, los agentes federales asaltaron las oficinas de Stanford Financial en Houston el 17 de febrero de 2009, acusando a los responsables de la compañía de fraude continuo masivo. Los activos de todo el grupo fueron congelados, y Allen Stanford fue obligado a entregar su pasaporte.
El mismo día en el que estalla el caso, Stanford trata de huir del país en un vuelo privado, un plan que fracasa porque trata de pagar el viaje con una tarjeta de crédito, y la empresa solo aceptaba transferencias. Dos días después, es localizado por el FBI en casa de su novia. Finalmente, en junio es detenido y su pasaporte confiscado.
La SEC le acusa formalmente, a él y a sus cómplices, de operar un esquema Ponzi masivo, apropiándose indebidamente de miles de millones de dólares, y falsificando los registros de la empresa para ocultar el fraude.
Stanford, que inicialmente se declara inocente, empieza un auténtico teatrillo para tratar de esquivar el juicio. Primero, pide que le ingresen en el hospital por un ataque al corazón. Después, otro preso le da una paliza en la cárcel, y acaba finalmente hospitalizado, aunque los médicos rebajan la gravedad de las lesiones.
En marzo el inspector general de la SEC, David Kotz, emite un informe en el que asegura que no han podido descubrir el esquema Ponzi de Stanford Financial. Pero la investigación despierta tantas dudas, que sustituyen a Kotz. Se descubre que tenía un importante conflicto de intereses por la relación personal que tenía con uno de los abogados del caso.
La defensa de Stanford insiste en que su cliente no puede ser juzgado, porque las lesiones sufridas por la paliza en la cárcel le han provocado amnesia, pero el juez federal, finalmente, considera que está capacitado para ser juzgado.
Finalmente, tres años después de iniciar el proceso, fue juzgado y condenado a 110 años de prisión, acusado de una estafa de 7.000 millones de dólares, con un esquema piramidal con el que engañó a más de 30.000 clientes de todo el mundo, prometiendo falsos rendimientos. Entre otros delitos, también se le acusó de obstrucción a las autoridades y de blanqueo de dinero.
A diferencia de Madoff, muy focalizado en inversores famosos y grandes organizaciones, muchas de las víctimas de Stanford eran jubilados y trabajadores de clase media, a los que se les prometieron inversiones seguras, y que perdieron todos sus ahorros con en este fraude.
La caída de Stanford tuvo un efecto cadena terrible en la isla de Antigua. Su presencia se hizo notar desde su misma llegada, ya que reconstruyó, por ejemplo, los terrenos que rodean al aeropuerto, construyendo los edificios de la empresa. Logró atraer a visitantes de alto nivel, potenciales clientes de la compañía. Además, era el principal empleador de la isla, directa e indirectamente.
Pagaba salarios similares a los de los países desarrollados, lo que permitía a sus empleados un alto nivel de vida, y tener a su vez contratados a otros trabajadores en casa: jardineros, mayordomos, ayudantes... Y con la caída de la empresa se vieron obligados a despedirlos.
En un país con 85.000 habitantes, miles de personas perdieron su empleo de un día para otro. En plena crisis financiera global, el golpe para Antigua fue mucho mayor. Miles de ciudadanos se vieron obligados a emigrar a Estados Unidos o Canadá. Y pese a todo, el recuerdo de Stanford en la isla sigue siendo positivo.
Hasta ahora, las autoridades han sido capaces de recuperar 1.000 millones, que han sido devueltos a los inversores, aunque la mayoría no va a recuperar nada. Allen Stanford está preso en la cárcel Coleman II de Florida, y su fecha de liberación está fijada para el año 2103.
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Author | elEconomista |
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