Desde hace años no uso el término “propietario” (ni “dueño” o “amo”…) para referirme a las personas que conviven con perros, que es el término que refleja la relación legal entre ambos, pues, aunque la cosa ya está cambiando, los perros han sido entendidos como propiedades. Por supuesto, entiendo su uso y ni me molesta, ni siento superioridad moral alguna respecto a quienes lo emplea.

Suelo usar “guía” si me refiero a un contexto de adiestramiento, particularmente si es adiestramiento deportivo, y, más frecuentemente, el término “tutor”, que refleja una relación en la que el perro es integrado conscientemente como parte de la familia, asumiendo las personas la responsabilidad de tutelar su seguridad, bienestar, integración social, desarrollo y acceso a la felicidad.

Sin embargo, usar una palabra que refleja la relación ideal entre perros y personas, dando por hecho que, por hacerlo, todos entenderemos y adoptaremos mágicamente el rol de tutores es algo peor que ingenuidad. Para que se asuma que incorporar un perro a la familia implica un proceso de adopción (aunque el perro venga de un criadero, la adopción tiene que ver con la plena integración en la familia de un individuo inicialmente ajeno a ella) y, en consecuencia, de asunción de su tutela por nuestra parte hace falta algo más que palabras.

Es necesario saber qué implica tutelar a un perro, qué obligaciones se asumen más allá de sacar al perro, darle de comer y llevarle al veterinario, más allá de las cortísimas Cinco Libertades, que es un criterio de (muy) mínimos. Sin el conocimiento y aceptación explícitos de qué es y qué implica tutelar a un perro el uso de palabras como tutor o adopción no es sino embellecer nuestro discurso con eufemismos, que hacen sentirse bien consigo mismo, incluso moralmente superior, a quien los usa y comprarle lo que venda a quienes escuchan.

¿Qué significa e implica TUTELAR a un perro? De eso hablamos en este programa.