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Mario Poma Monge

Mario Poma Monge

    El uso de la razón no es un recurso que nos preocupe en la infancia. Cuando chico, si es que alguna vez lo fui y me preguntaron qué voy a...

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    El uso de la razón no es un recurso que nos preocupe en la infancia.
    Cuando chico, si es que alguna vez lo fui y me preguntaron qué voy a ser cuando grande, me imagino, es muy probable que yo habría soñado ser un súper héroe, pude haber jugado ser tantos aunque no conserve en mi memoria el recuerdo en el que esté empuñando un arma, espero que el germen de la intuición haya germinado conmigo como ahora que trato de usar la razón y crea que nada se debería resolver con artillería alguna.

    Ha pasado el tiempo y en muchas cosas he dejado de ser niño, me ha tocado afrontar mi condición de adulto jugando este juego de ser grande, un uso de la razón que a veces sí nos preocupa, como muchos no atino cómo lidiar con la inconformidad, reaccionar ante la intolerancia, la injusticia y la violencia de este mundo que me rodea y me he llegado a cuestionar porqué diablos no amé las armas o supe ser violento para defender (como impone la _ _competencia humana) por lo menos una buena causa.

    He crecido creyendo que la revancha, la venganza, la violencia, la codicia, el engaño, el nepotismo y tantas otras conductas no dan paz y la dicha aunque el mundo no esté a tu favor, pues parece que esa paz y la dicha fueran utopía o mera publicidad de algún producto. Si yo habría sido un buen soldado, un justiciero, un legislador o un buen juez, ojalá habría intentado cambiar para bien mi entorno humano, pero no lo he sido y reconozco que yo no he nacido para esas virtudes. Mi arma ha sido el arte aunque no siempre cambie el mundo, pues esta pieza no ha buscado ser entendida, no está diseñada para complacer, tampoco ha sido sólo una provocación como alguien supondría, simplemente ha sido una batalla personal, un objetivo que al hacerlo me ha ayudado liberarme de los monstruos y fantasmas que enturbiaban mis anhelos, sólo por esto anhelo que represente algo significativo para el escucha, ojalá un despertar, ojalá una vindicación, un aliento y un disfrute.

    Elijo jugar con sonidos orquestales cuando necesito recrearme y desahogarme en el más subjetivo de los sentires o placeres, algo que no necesite justificar un desahogo que ni yo mismo comprendo, tratar de explicar un sentimiento hecho música empañaría la pureza subjetiva por más intento de mostrar un compromiso, es mejor que cada uno intérprete lo que piensa y sienta, esta pieza se entrega sin más, en ella está implícito compartir, solidarizar, desahogar y liberar sentimientos secretos, ocultos, indecibles o inefables con los cuales también se pueda tener de otro modo sensible un compromiso, una comunión tan cercana como sensata, la posibilidad de confrontarnos como escuchas sin el adorno desgastado de la explicación, pues quizá el arte también pretenda convocarnos a ver hasta qué punto coincidimos para cumplir un mismo desahogo aunque no sepamos su nombre.

    Lejos de propagar un consumo fácil que sólo apele a una ligereza superficial, he deseado que este gesto sea un elaborado tejido y un espejo íntimo que nos junte a sentir y pensar lo que somos, lo que no somos y lo que podríamos ser, así como ese volver a ser niño o soñar lo que uno aún no es, ser la gloria, el amante, el militante, el triunfador, un querubín, pensar distintas cosas que con la fantasía uno quiera, la música tiene la magia de jugar a ser por un momento un semidiós porque te permite mirar desde más alto que el ascendido universo así como también tener el poder para descender hasta lo insondable, qué tal si así recuperamos algo perdido o recibimos lo que la vida nos vedó.

    Escuché a un neurocientífico especializado en la creatividad decir que: “No es que se nazca artista sino que se nace para ser artista.” A otro decir que: …”Hay sólo dos tipos de locura, las dos tienen un boleto de ida pero sólo una, la del artista es la única que tiene retorno.” Con esto comprendí la loca coherencia de la frase de Salvador Dalí que manifestó: …”La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco.” El hiperrealista metafísico nunca dejó de ser niño porque ese sueño interminable de la infancia es lo más cercano a la dicha. Ojalá yo no traicione a mi infancia si en ella soñé con ser alguien.

    Algunas veces el revivir “Mapa de mis humillaciones y fracasos.” me ha exorcizado, salvándome de un sentimiento semejante a esa ‘locura sin retorno’. Lo que te hace feliz no necesariamente está en una consagración pública sino más bien personal, lo esencial se justifica al amar lo que se hace y es así como el espíritu de esta pieza me confirma que: “Todo ésto podrá ser ficticio excepto mi música.”

    En conclusión cito palabras de un documental que habla sobre el acercamiento a la música y que de manera extraordinaria confirma lo que ha sido esta experiencia: “…La incomparable emoción estética que la música provoca, nace cuando creemos percibir en ella el espejismo de un significado que no accede a manifestarse, la cercanía de una palabra que pareciera a punto de hablarnos pero que jamás descubre su secreto, la sombra de una realidad trascendente que se oculta sin límite a nuestra esperanza. La belleza de la música se basa en su imposibilidad de ser comprendida. Jorge Luis Borges describió la belleza como: >La espera de una revelación que no llega a producirse.< …”

    Mario Poma Monge.
    2015
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