21 NOV 2024 · Mensaje a las iglesias
En los capítulos 2 y 3 del libro de Apocalipsis encontramos siete cartas dirigidas a las siete iglesias de Asia menor. Estas ciudades siguen estando en el mapa en la zona de Turquía, y están bastante cerca una de la otra. Seguramente Juan había hecho la ruta desde Éfeso, hasta Laodicea pasando por Esmirna, Pèrgamo, Tiatira, Sardis y Filadelfia.
Estas cartas tienen como propósito animar a los creyentes de entonces y a los de ahora a permanecer firmes en las dificultades. Las cartas son similares en estructura, incluyendo alabanza sobre lo que están haciendo bien, amonestación por lo que han descuidado, ánimo para seguir adelante en la transformación cristiana, y anticipación de aquellas cosas que nos esperan cuando venga Cristo.
¿Quién es el que escribió a las iglesias? Juan era el que las redactó, pero era Jesús el que les habló por medio de Juan. Entre los siete candeleros que Juan había visto en su visión, caminaba Cristo. Este Jesús, nos dice el texto, es el que estaba hablando a las iglesias. Lo vemos presentado como el remitente en la introducción de cada una de las cartas. “El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro” (2:1). “El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió” (2:8) “El que tiene la espada aguda de dos filos” (2:12). El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido” (2:18). El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas” (Apocalipsis 3:1) El Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre” (3:7). El Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios” (3:14). Este es nuestro Salvador, el Cristo.
El mensaje que envió a las siete iglesias con la alabanza, la amonestación, el ánimo y la anticipación es aplicable también a la iglesia de Cristo a través de la historia y por todo el mundo. Por esto Juan finaliza cada carta con la misma exhortación: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”
A la iglesia en Éfeso los elogió por su sana doctrina. Eran firmes en sus creencias, y sabían cómo identificar a los falsos maestros. Éfeso era una iglesia clave en la zona, siendo la base desde donde el apóstol Pablo había divulgado el evangelio. Jesús los alaba por su constancia en la doctrina, pero les recrimina algo, y es que, en todo su afán por preservar la doctrina, habían descuidado su relación personal con Dios. Ese primer amor existente en el comienzo de su fe se había calcificado, llevándolos quizá hacia el legalismo. Estos debían recordar que la clave del cristianismo no es la religión, sino una relación vibrante con el Salvador. Jesús los anima a revivir este amor, porque les aguardaba el árbol de vida. Nosotros tenemos la misma promesa; por lo tanto, vivamos ahora disfrutando una íntima comunión con Cristo.
A Esmirna, Jesús los alaba por su entereza durante el sufrimiento. Al parecer los judíos habían blasfemado contra ellos, e incluso parece que habían sufrido tribulación en el ámbito personal y económico. Parece que habían reaccionado bien a todas estas aflicciones, y el Señor no tiene nada que recriminarles. Los anima, recordándoles, como Pablo había escrito a los corintios, que esta leve tribulación momentánea puede producir en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria. (4:17)
Los anima a perseverar, anticipando la promesa de la corona de vida, que como nos recuerda Santiago 1:12, está reservada para los que le aman.
Pérgamo era una ciudad donde las prácticas paganas abundaban, y la iglesia en esa ciudad debía destacar por su resistencia a tales prácticas. Juan habla de un cristiano que por su fiel testimonio había perdido la vida. En medio de este ambiente, algunos creyentes habían enfriado, y se habían infiltrado en la iglesia prácticas paganas, incluyendo la participación en banquetes donde se hacían sacrificios a dioses paganos. El Señor los amonesta, animándolos a arrepentirse y apartarse de los que manchaban el nombre de Dios con sus acciones. Dios les daría mucho más de lo que ellos tuvieran que dejar por amor de Cristo. Tenían asegurado el maná escondido, haciendo referencia a la provisión de Dios para su pueblo durante sus años de peregrinación en el desierto. Tendrían además, la bendición de pertenecer a los redimidos de Dios. Esta es la promesa que cada uno de sus hijos tenemos.
La iglesia de Tiatira es alabada por sus buenas obras de amor, fe, servicio y paciencia. Sus obras de amor iban en aumento. Sin embargo, Jesús los amonesta por tolerar actos de idolatría e inmoralidad. Estos, a diferencia de Éfeso, tenían mucha obra social, pero les faltaba la firmeza en la doctrina de la santificación y la separación del mal. Debían ser firmes en su fe, reteniendo sus obras de amor, pero sin descuidar los principios establecidos por Dios, porque a los que permanecieran firmes les esperaba la estrella de la mañana.
A tan solo 48 kilómetros al sureste de Tiatira se encontraba la iglesia de Sardis. Estos cristianos habían descuidado la santificación y el amor, y Jesús los acusa de apatía, de no mostrar señales de vida espiritual. Sólo algunos parecían estar verdaderamente vivos. Es interesante recordar que el Señor Jesús, que sabe todo y ve todo, sabe quién está guardando la fe y quien se está quedando dormido. Les insta a arrepentirse, con la promesa de que Dios confesará el nombre de los que en Él permanecen. Dice el el 3:3, “recuerda lo que has oído y guárdalo.” ¡Qué buena instrucción para cada una de nosotras.
Para la iglesia en Filadelfia Cristo no tiene amonestación. Los alaba por perseverar en la fe, por guardar la Palabra y por honrar Su nombre. Esta no era una iglesia imponente, pero el Señor les dice que aunque tienen poca fuerza, Él mismo los defenderá mostrando a todos que Él los ama. A los que en Él permanecen les espera la corona de vida, un lugar junto al Padre en la nueva Jerusalén, y un nombre nuevo en la preciosa familia de Dios.
Los de la iglesia de Laodicea no reciben alabanza, ya que Cristo los describe como tibios, que ni están dentro, ni están fuera. Se separaban de los pecadores, pero no se les podía identificar como santos. Estaban acomodados en su propia práctica religiosa y no tenían el fuego del Espíritu en sus vidas. Pero Cristo los amaba, y en su amor les dice: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé pues celoso y arrepiéntete!” (3:19)
Esto mismo ofrece Cristo a aquellos que estén tibios, a los dormidos, a los que no muestran vida en el Espíritu. Arrepiéntete y ven a Él. Cristo dice: “He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu sigue diciendo a las iglesias.