Evangelio Del Día Sábado 10 de Diciembre | Estás Listo Para Que Nazca En Ti | Hoy en Oración
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Evangelio Diario LITURGIA - 10 DE DICIEMBRE DE 2022 Ciclo A - Año I - Color Morado II Semana del Tiempo de Adviento Liturgia de las Horas Tomo I II...
show moreLITURGIA - 10 DE DICIEMBRE DE 2022
Ciclo A - Año I - Color Morado
II Semana del Tiempo de Adviento
Liturgia de las Horas Tomo I
II Semana del Salterio
Primera Lectura Eclesiástico 48, 1-4. 9-11
Salmo 79
Evangelio Mateo 17, 10-13
“Elías vendrá y lo renovará todo”
Reflexión del Evangelio de hoy (Fray Emilio García Álvarez O.P.)
Los profetas, anunciadores de promesas mesiánicas
En esta primera parte del Adviento predominan los textos de los profetas, especialmente de Isaías. Sin embargo, hoy se introduce un fragmento del libro del Eclesiástico, un libro que proclama la sabiduría de Dios en la creación y en la historia de Israel. Dentro de esa historia se sitúa el elogio admirado del profeta Elías y de su vigorosa intervención en una época de infidelidades del pueblo. Aparece como prototipo de lo que es un profeta: un hombre de Dios, cuya autoridad le viene de su familiaridad con la Palabra de Dios, para hablar en público denunciando las injusticias y proclamando la utopía escatológica, es decir, el cumplimiento de las promesas mesiánicas de Dios.
Los profetas han estado en contacto con la historia del pueblo y con los problemas de su tiempo; es verdad que han proferido graves amenazas en diversas ocasiones, pero sobre todo han abierto perspectivas luminosas hacia el futuro, instando al cumplimiento de la voluntad de Dios. Han contribuido al avance de la religiosidad de Israel y han sido los grandes forjadores de esperanzas.
El Adviento es también un tiempo de esperanza. Evocar a Elías es evocar un horizonte de promesas que, como sabemos, se han cumplido básicamente con la venida del Mesías. Pero es al mismo tiempo evocar, todavía de lejos, la realización definitiva de esas promesas con el retorno triunfante de Cristo al final de los tiempos. Las palabras de los profetas, por ser palabra de Dios, nos aseguran un futuro de plenitud que no puede fallar. ¿Les daremos crédito? ¿Las tendremos en cuenta para orientar nuestra vida en función de sus recomendaciones o de sus advertencias?
Las promesas de Dios se cumplen en el Mesías sufriente
Después de la escena de la transfiguración, en la que aparecía Elías al lado de Jesús, los tres apóstoles que contemplaron la visión preguntan al Maestro qué hay de ese profeta que dicen los letrados que va a volver. Jesús les confirma que, efectivamente, Elías tenía que venir, pero añade que ya ha venido y ha iniciado una renovación radical. Y tras él también el Hijo del hombre –es decir, Jesús mismo- viene con un propósito renovador de todo. Pero ni uno ni otro han sido reconocidos ni aceptados, sino que han sido desoídos y maltratados.
Los discípulos comprendieron que, al hablarles de Elías, les estaba hablando de Juan Bautista: identificaron sin gran dificultad al precursor con aquel gran profeta. En cambio, no fueron capaces –todavía no- de reconocer a Jesús en la figura del Hijo del hombre que tenía que padecer. También la gente había dicho de él que era un profeta, y el mismo Pedro lo había confesado como el Mesías (Mt 16, 14.16); pero de ahí a admitir que tenía que morir precisamente por serlo había un abismo.
Los profetas hablaron en nombre de Dios y tuvieron que sufrir por hacer oír la palabra de Dios a sus contemporáneos. Jesús hablaba en nombre de Dios y eso le costó la vida. Él mismo les anticipó varias veces a sus discípulos que ése iba a ser su destino, pero éstos no fueron capaces de creerlo. Sólo la resurrección les hizo comprender que la muerte es el camino necesario para alcanzar el don de la vida verdadera.
Y nosotros, que vivimos después de la resurrección de Jesús, ¿hemos comprendido ese vínculo entre la muerte y la vida? ¿Cómo lo asumimos en nuestra experiencia personal y en nuestro testimonio cristiano?
LECTURA DEL DÍA
Lectura del libro de Isaías
Is 30, 19-21. 23-26
Esto dice el Señor Dios de Israel:
“Pueblo de Sión, que habitas en Jerusalén,
ya no volverás a llorar.
El Señor misericordioso, al oír tus gemidos,
se apiadará de ti y te responderá, apenas te oiga.
Aunque te dé el pan de las adversidades
y el agua de la congoja,
ya no se esconderá el que te instruye;
tus ojos lo verán.
Con tus oídos oirás detrás de ti una voz que te dirá:
‘Éste es el camino.
Síguelo sin desviarte,
ni a la derecha, ni a la izquierda’.
El Señor mandará su lluvia
para la semilla que siembres
y el pan que producirá la tierra
será abundante y sustancioso.
Aquel día, tus ganados pastarán en dilatadas praderas.
Los bueyes y los burros que trabajan el campo,
comerán forraje sabroso,
aventado con pala y bieldo.
En todo monte elevado y toda colina alta,
habrá arroyos y corrientes de agua
el día de la gran matanza,
cuando se derrumben las torres.
El día en que el Señor vende las heridas de su pueblo
y le sane las llagas de sus golpes,
la luz de la luna será como la luz del sol;
será siete veces mayor,
como si fueran siete días en uno’’.
EVANGELIO DEL DÍA
Lectura del santo evangelio según san Mateo
Mt 9, 35–10, 1. 6-8
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.
Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias. Les dijo: “Vayan en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente”.
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